7.10.04

La historia de marcelo y mabel

La historia de marcelo y mabel

Dicen que se conocieron en el verano del 74, en un baile, dicen y se apuran, se pisan para hablar. Que él tení­a 16 y estaba con un amigo y que ella también pero los dos de repente quedaron solos bajo una luz amarilla. El dice que casi no podía no hablar, pero ella dice que ya tenía algo del caño que tiene ahora. El era un beibi mientras ella algo mas andada ya estaba y vaya si se lo demostró. Esa noche que no podrán olvidar jamás, estuvo todo dicho, firmado y sellado. Pero a los pocos meses, cosas de adolescencia, cortaron.

Seguramente se habrán preguntado mil veces, cada uno por su lado, como habría sido su historia si... pero la vida que vivimos es esta, la que nos ha tocado. Los caminos de la vida no eran lo que yo esperaba, no son los que yo creí­a, no son los que imaginaba... Las vidas que uno podrí­a haber vivido no están, no fueron, no existen. Y quizás, solo quizás, eso sea necesario porque de alguna manera que no podemos entender del todo, nos está destinado en algún lugar un destino escrito en letras de un lenguaje desconocido.

Se encontraron al comienzo de los ochenta. Quizás tomaron un café, eso se suele hacer entre gente grande, ocupada, que justo, justo se está por casar ese año. Y lo hicieron, cada uno por su lado, y tuvieron hijos y vivieron con otras personas y fueron moderadamente felices por momentos, como todos. El empezó en radio y se hizo locutor mientras ella se formaba en psicología. Se cortan, se pisan, aclaran, uno le pide palabras al otro o que una parte la cuente él o ella que la sabe mejor.

Se reencontraron cruzando esa década en Caballito, justamente en el mismo edificio. Si aún hay casualidades esta es una, caso contrario todo -pero todo- está escrito entonces en alguna parte. Sin saberlo, ella habló muchas tardes en la plaza con la mujer de Marcelo mientras el primero de ella crecí­a y el mayor de él también. Los chicos tienen la misma edad. Quizás puedan ser amigos o no se banquen, pero eso todavía no está escrito para esta historia. Se encontraron o se desencontraron en el palier, el ascensor, la rotiserí­a...

El se fue para Misiones, progresó en otros espacios y un dí­a volvió a la Capital. Anduvo galgeando por varios lados hasta que entro en la radio, justamente esa radio con ventana a la calle. Un día, una noche, empezó a esperar, a buscar el sol que venía por la calle. Sin saber que el sol lo esperaba, simplemente detrás de una llamada en el contestador. Entretanto, creció en amigos numerados como gilastros, el país ardí­a y corrí­amos a los políticos en asambleas y cacerolazos. Ahí­ lo conocí­ yo, y lo único que puedo decir es que siempre, pero siempre, decía lo que yo pensaba. Atravesando madrugadas y camas propias o ajenas, una voz que sonaba en la oscuridad, decí­a lo que yo estaba pensando en la distancia.

Todos soñamos con hacer un programa de noche, quizás de madrugada. Y que nos llame esa dama que estamos esperando. A él se le dio, a ella también. Lo demás lo están escribiendo ahora mismo, mientras estas letras se hilvanan una tras otra en la pantalla de mi ordenador.

Fue amor. Es amor, e historias como estas nos sirven como bandera a los tipos duros que venimos de todo, re-posmodernos, tecnológicos, caminados o como nos queramos llamar para seguir creyendo que existe y seguir buscando entre la gente, cada día, a esa mujer que no está...

Gracias a ambos, entonces.


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